Teniendo doce años, les dijo a sus padres que quería aprender a pintar. Su madre lo llevó donde un tío que alguna vez había pintado, quien le nombró algunos materiales y explicó, de manera muy árida según recuerda, lo que era pintar.

Su segunda clase llegó diecisiete años después, cuando ya llevaba nueve años trabajando en un banco, estaba casado y tenía tres hijos. Fue en el taller de Campuzano, al que asistió durante siete meses, aprendiendo la técnica del pastel. Posteriormente, el banco en el que trabajaba lo desvinculó, y se dedicó a pintar.

Luego asistió, de forma aún más breve, a los talleres de Camila del Río y Sergio Montero, donde dio sus primeros pasos en la técnica del óleo. Participó también en los talleres de dibujo de Cristián Benavente, Jaime León e Ignacio Villegas.

Realizó su primera exposición en 1993 y la última en 2001, al darse cuenta de que no quería seguir exponiendo sin una propuesta clara, aunque, como le demostró un profesor de estética durante aquella primera exposición, la propuesta a veces se expresa de forma inconsciente.

Transitó un camino bastante a ciegas en lo formal, pero muy nutritivo en lo intuitivo. Después de varios años —y muchas veces al observar obras terminadas tiempo atrás—, comprendió que había una búsqueda casi obsesiva por el significado.

Con más de treinta años pintando, encontró, desde la perspectiva del tiempo, una metáfora para su trayecto artístico: una evolución desde la obsesión por la figura en los inicios hacia una atención al fondo en el presente. Es decir, la figura puesta al servicio del conjunto.

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